Mi viaje al Hades


Una lúgubre noche, en una atemorizante habitación, me recosté para conciliar en sueño. Después de varias inútiles horas de espera comencé a soñar con una situación muy peculiar. En mi sueño, unos mantos color crema cubrían mi cuerpo y estaba rodeada por infraestructuras alucinantes. No era difícil decifrar mi paradero, pues estaba en la Antigua Grecia. Inmediatamente un personaje muy reconocido se aproximó a gran velocidad hacia mí, era Hermes, el Dios Olímpico mensajero.

Me planteó la situación que se llevaba a cabo en el reino de Hades: este Dios exigía mi presencia en sus tierras. A pesar de la curiosidad que en mí plantó la idea, yo no estaba completamente convencida, así que me rehusé a acompañarlo. Él, desesperado, trató de persuadirme al decir que Hades necesitaba impacientemente a un mortal que no le tema a los infiernos, alguien que pueda volver al mundo de los vivos portando su mensaje, alguien que esté dispuesto a hacer un trato hasta con el Diablo.

Yo, al saber que muy pocos humanos sentían interés y, hasta cierto punto, admiración hacia la entidad y su reino, accedí a la propuesta con las siguientes condiciones: estar protegida ante la sociedad en el momento de transmitir el mentado mensaje, que se me conceda un deseo como un privilegio personal, y que mi alma la conserve única y exclusivamente yo. No me quería ver perjudicada por la situación, y quería dejar en claro que en este trato mi alma no estaba en juego.

Tras llegar a un acuerdo con Hermes lo seguí por los inimaginables caminos hacia el más recóndito nivel del inframundo, donde se encontraba Hades. Fue precisamente en ese momento, que mediante mi escandaloso sueño me confesó el misterio más provocativo que la humanidad se jamás se planteó, el cual compartiré con ustedes en otra ocasión. 
Martina Cepeda

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